Un aproximación a la causa principal de la criminalidad juvenil
La realidad que vivimos en Guatemala por causa de la violencia es terrorífica. No hay día en el que aparezcan muertos por causa de una criminalidad rampante que no parece tener forma de detenerla. Sólo en la capital de nuestro país hay cerca hay más de tres docenas de maras que tienen en vilo a la población. No pasa una semana sin que se sepa que ha habido asaltos a buses, secuestros y violaciones a señoritas que desafortunadamente viven en zonas donde son víctimas indefensas de la brutalidad esquizoide de muchachos que han perdido por completo el más elemental sentido de la moral. Cada día se matan entre ellos y a personas inocentes no sólo los mareros sino también los narcotraficantes que han tomado casi sin mayores esfuerzos muchas de las zonas de la capital y algunos municipios de nuestra patria. Con frecuencia matan aún entrando a lugares donde era inconcebible que esos hechos se llevaran a cabo: hospitales privados con guardias armados, hospitales públicos donde es abundante la afluencia de personas, bancos bien vigilados… Simplemente llegan, matan a quien se oponga y matan a las personas que tienen como objetivo y/o se llevan lo que quieran. Los mareros ya sin ningún recato entran a los buses y exigen al chofer que les dé dinero; todo frente a los mismos pasajeros que ya lo ven como algo “normal”…
Casi podríamos decir que vivimos como en aquellos tiempos bíblicos en los que, como dice el texto sagrado, “cada quien hacía lo que le daba la gana” (Jueces 21.25), sin que hubiera una autoridad que se lo impidiera.
En cuanto a la delincuencia juvenil, podemos afirmar que no es un hecho nuevo. Ya en países desarrollados (vea El Heraldo Verapacense, edición 50, mayo/1999) la criminalidad era alarmante. Había jóvenes que mataban solo por el “placer” de hacerlo o porque se lo exigían sus líderes de grupo, su jefe de mara. Y no eran de clase social baja, o que vinieran de lugares donde no hubiera educación. Precisamente eso era lo que alarmaba a los conocedores, pues los jóvenes involucrados en estos actos criminales provenían de capas medias y altas, jóvenes que –digamos- “no tenían necesidad” de asaltar, secuestrar o matar…
Sabemos que políticos, sociólogos y criminólogos han esgrimido muchas veces diversas causas de la criminalidad, aunque en realidad sólo se trata de factores que contribuyen a agravarla.
Veamos dónde ven algunos las causas de la criminalidad:
La insuficiencia de policías. Hay un candidato en la actualidad que sin duda piensa que esta es la causa más importante de la proliferación de maras con objetivos criminales. Su ofrecimiento es que pondrá policías y al ejército para controlar a los delincuentes y propone al Congreso que se tipifique el delito de asociación para delinquir y prisión para los mareros. No obstante, en los países que poseen cuerpos policíacos suficientes y con tecnología de punta, hay también criminalidad juvenil en crecimiento. Vean los casos europeos y norteamericanos donde los jóvenes se arman y provocan matanzas en sus mismos establecimientos educativos…
La proliferación de armas. Desde que se firmó la paz en El Salvador y Guatemala parece que abundan más las armas. Los criminales ya no andan con “pistolitas” sino con armas de grueso calibre. Sin duda este es un factor que contribuye al aumento de la criminalidad, pero no es la causa principal…
La justicia es lenta y está sobrecargada. Sin duda si los criminales ven que no hay castigo inmediato y pueden pasar impunes con algunos crímenes, se envalentonarán y sus fechorías irán en crecimiento. Otra vez podemos citar lo que se dijo ya hace varios milenios en cuanto a la criminalidad: “Cuando no se ejecuta rápidamente la sentencia de un delito, el corazón del pueblo se llena de razones para hacer lo malo” (Salomón en Eclesiastés 8.11). No cabe duda que uno de los mayores retos para las actuales y venideras autoridades es robustecer los juzgados y la persecución de los malhechores. No obstante, este puede ser solo un paliativo pero no la solución a la criminalidad.
El trasiego y el consumo de drogas. Si bien es cierto Guatemala se ha convertido en un importante puente donde se trasiega droga hacia los Estados Unidos y también los jóvenes están convirtiéndose en consumidores, no se le puede achacar a este totalmente la responsabilidad de provocar la ola de criminalidad que lamentablemente todos los guatemaltecos estamos padeciendo.
La pobreza y la falta de oportunidades para progresar. La situación económica de nuestro país es conflictiva. La brecha entre ricos y pobres se ahonda cada vez más, aunque se dijo hace algún tiempo que la globalización traería progreso para todos. Esto parece no ser la realidad, pues si es buena lo globalización para las grandes empresas pero no para los que dependen de un empleo o tienen una pequeña empresa. No obstante, este tampoco es la causa más importante del aumento de criminalidad puesto que existen crímenes tanto entre personas pertenecientes a las áreas urbanas de clase económica pudiente como de las zonas más pobres.
La glorificación de la violencia en los medios de comunicación masiva y los juegos electrónicos. Los medios de comunicación han alabado la violencia a través de héroes fantásticos que arreglan todo a través de balazos y golpes. Los juegos electrónicos glorifican asimismo las soluciones violentas, y los jóvenes y niños poco a poco van aprendiendo y viendo con naturalidad la violencia como un medio para solucionar u obtener lo que deseen. Se ha comentado en noticieros internacionales que los niños y jóvenes que han matado y herido a maestros y/o compañeros de escuela en los Estados Unidos, eran aficionados a los juegos electrónicos. Este también es un factor de criminalidad, no obstante, tampoco es la causa fundamental de la criminalidad juvenil.
Hoy en Guatemala tenemos violencia entre los jóvenes pertenecientes a pandillas juveniles, pero también la sociedad adulta ha tomado alternativas violentas para solucionar sus problemas. En las áreas rurales y algunos municipios han linchado a presuntos maleantes, y en la ciudad se llevan a cabo marchas y huelgas que vulneran los derechos de otras personas al vedárseles la libre locomoción. La sociedad guatemalteca efectivamente ha aprendido a gritar y a luchar por sus derechos, pero está muy poco consciente de sus deberes y del aprecio y respeto que merecen los demás.
Si estos hechos o situaciones solo son los factores que contribuyen a agravar el problema de la criminalidad, ¿cuál es, entonces, la causa fundamental del aumento del crimen en la sociedad actual?
Aunque en las zonas llamadas pobres hay condiciones sociales que fomentan el comportamiento criminal más que en las zonas de familias pudientes, la gran mayoría de individuos que viven en zonas misérrimas no son criminales ni violentos.
Si no es la escasez policíaca, la proliferación de armas, el consumo y trasiego de drogas, y los otros factores mencionados la causa básica de la criminalidad juvenil, debemos explicar por qué existen los crímenes insensatos, los robos, la falta de honradez y la violencia en las familias de clase media y alta, así como en los negocios y en las escuelas.
Esta es la hipótesis que dan algunos expertos sobre la causa principal de violencia juvenil y el de toda la sociedad actual:
La causa fundamental del crimen es la falta de carácter idóneo, la cual impide que los individuos capten los valores correctos y que reconozcan y resistan el mal, cualquiera que sea su origen. Las raíces de la criminalidad juvenil se desarrollan cuando a los niños, ya sea ricos, pobres o de clase media, se les permite abrigar pensamientos criminales o desarrollar en su carácter actitudes antisociales o agresivas.
Hace algún tiempo tuve mis dudas acerca de cómo debería educar a mis hijos. Tenía dos caminos: podría educarlos para ser competitivos en la sociedad (agresivos, como se dice ahora de los que van adelante sin tener miramientos por lo que tengan enfrente con tal de conseguir sus propósitos) o educarlos para ser honrados, pacientes, respetuosos y humildes. Confieso que pasé mucho tiempo meditando y pidiendo la dirección de Dios en esto, y pese a tener la respuesta en mi mente y corazón, dudaba. Me ponía a pensar en las consecuencias de la educación que recibieran. “Quizá –me decía- si yo les enseño a ser honrados, respetuosos, humildes y pacientes, muchos se aprovecharán de ellos. Sus esposos(as), jefes, maestros y cualquier superior o subalterno se aprovechará de su carácter y serán infelices porque verán cómo otros triunfan pasando sobre los demás mientras que ellos tienen mayores trabajos para tener éxito en la vida”.
Contribuía a mis dudas lo que veía en los hijos de otras personas. Encontraba en algunos muchachos y muchachas una actitud arrogante, irrespetuosa, egocéntrica. Tuve oportunidad de ser profesor en un colegio de prestigio en la capital, en donde asistían los hijos de gente pudiente, había hijos de dueños de grandes empresas, autoridades gubernamentales y profesionales exitosos. Casi solo pude encontrar entre cien a dos o tres muchachos que pese a su posición social y económica, era gente respetuosa, humilde y comprensiva. Se notaba en estos jóvenes que habían recibido de sus padres lecciones de respeto y humildad. Los demás parecía que venían de hogares donde se les educaba o, al menos, aprendían de sus padres las actitudes de prepotencia, arrogancia y agresividad.
Pero esas eran las personas triunfadoras, las que conseguían todo de la vida.
Por otro lado estaba la educación que haría de mis hijos personas trabajadoras, respetuosas de las autoridades, aborrecedoras de lo malo, comprensivas, equilibradas y humildes en cuanto a su valor como seres humanos. Creo que es la misma disyuntiva en la que se encuentra todo padre de familia alguna vez en su vida como papá o mamá.
Queremos que nuestro(a) hijo(a) triunfe, que sea feliz, que viva su vida plenamente y, principalmente, que no pase las mismas penas que nosotros, ¿no es verdad? Pero por otro lado, si los educamos para una sociedad competitiva y deshumanizada, carente de los valores, debemos hacerlos valientes, fuertes, competitivos…
¿Cuál, entonces, es la forma correcta de educación que es necesaria para que nuestra sociedad cambie?
La educación correcta para que una sociedad cambie debe iniciarse en cada hogar. No puede haber paz y tranquilidad en un país que descuida la educación de los niños, que crece en irresponsabilidad paterna y abunda en exigencias de derechos sin enseñar obligaciones y consideración hacia los demás.
La causa fundamental es, entonces, la desintegración familiar y la falta de educación en los verdaderos valores en cada hogar. Pero también contribuyen a este deterioro de la sociedad, la irresponsabilidad individual de muchos hombres que dejan hijos “regados” por doquier y estos crecen sin la imagen de un padre a quien imitar y admirar. Las madres también contribuyen a este deterioro cuando abandonan la responsabilidad de constituirse en los ejes del hogar para ir tras una conquista académica y profesional que anteponen al cuidado de sus hijos.
Cómo educar para una sociedad sin delincuencia juvenil
Según los especialistas, hay un patrón bien definido en los hogares de los delincuentes. La mayoría de ellos proceden de hogares en los que hay una atmósfera emocional insalubre, llena de conflictos. Hay desunión y riñas entre los padres, se ha llegado al divorcio o la deserción de uno de ellos. Los delincuentes de las clases pobres generalmente son hijos de padres que están divorciados o separados. El de las clases medias suelen ser hijos de padres que han perdido la comunicación y en consecuencia están separados emotiva y espiritualmente.
Aunque no hay que olvidar que un niño o un adolescente puede tener una buena educación en su hogar, estudiar en buenos colegios o escuelas y vivir en un ambiente sano, y de todas maneras llegar a ser un delincuente juvenil, no hay que olvidar que nada puede reemplazar la ternura y el interés de los padres hacia sus hijos.
Ninguna sociedad podrá resolver los problemas de delincuencia juvenil con poner a estos jóvenes tras las rejas. Tampoco se logrará erradicar la criminalidad entre los jóvenes con tener tribunales de menores e instituciones correccionales. No habrá nunca suficientes policías para dejar a cero los niveles de delincuencia entre los jóvenes. Estos métodos solo tratan los efectos del mal, pero no sus causas.
La única manera de cortar de raíz este mal de nuestra sociedad está en cada hogar. Será solo cuando los padres adquieran el compromiso ante Dios y la sociedad de establecer una relación positiva con su esposa e hijos. Se alcanzará cuando los padres dediquen más tiempo a sus hijos, les expresen su cariño y asuman a plenitud la responsabilidad de guiarlos y darles buena crianza. El ejemplo paterno de responsabilidad será el mejor sistema para que los niños aprendan de primera mano a respetar reglas y a la autoridad.
Enseñar valores sin sentimientos de culpa
El dilema que expuse al principio con respecto a la educación de mis hijos, es el dilema con el que se enfrenta todo padre de familia. ¿Cómo enseñar sólidos principios sin provocar complejos de culpabilidad o de inferioridad que vengan a disminuir sus posibilidades de triunfar en la vida? La sociedad toda es un educador muy eficiente. Los medios de comunicación masiva, los amigos y compañeros ejercen sobre nuestros hijos una influencia positiva o negativa. Desafortunadamente hay indicios claros que la influencia es más negativa que positiva. Por ello los padres de familia tienen que esforzarse para que en medio de tantas enseñanzas contradictorias que se dan en la sociedad moderna, los principios familiares más importantes queden arraigados en la mente de sus hijos.
Una experimentada educadora considera que podemos transmitir a nuestros hijos cualidades de corazón, de espíritu y de intelecto esenciales, sin despertar sentimientos de culpa siguiendo las siguientes reglas:
1. Establecer una jerarquía de valores. Muchas veces los padres de familia confundimos lo trivial con lo importante. Por ejemplo, queremos que nuestros hijos sean impecables en higiene, pero descuidamos su vocabulario al dirigirse a otras personas. No nos importa que de sus labios lance sapos y culebras con tal que sus zapatos estén bien lustrados… Una educadora narra que en un entierro se presentaron, a diferencia de una bien vestida concurrencia, seis jóvenes universitarios que vestían con desaliño. Pero apenas finalizada la ceremonia, todos los bien vestidos concurrentes comenzaron a charlar de cosas triviales, pero los jóvenes universitarios se acercaron despacio hasta el féretro y se quedaron orando en silencio por unos minutos.
Por esa razón, ella aconseja determinar una lista de diez o doce valores para determinar qué es lo más importante para nosotros. En esa lista no ha de faltar, por supuesto, el respeto y la obediencia. Una vez determinados, es importante preguntarnos porqué nos importa cada uno de ellos. Quizá nos demos cuenta que en realidad no son muy importantes y nuestra lista se reduzca.
Con ese listado será una actividad muy interesante discutir uno a uno con nuestros hijos. Inclusive, si tenemos hijos con uso de razón, podemos proponerles que ellos también hagan su propia lista para ponerla a discusión.
2. Predique con el ejemplo. Un padre de familia no necesita hablar mucho de honradez si él mismo es honrado. No tiene que lanzarles sermones sobre responsabilidad con sus obligaciones a sus hijos si él mismo es responsable con su trabajo. Recuerde que las lecciones sólo son verdaderas cuando los actos no contradicen las palabras.
3. Elogie lo bueno sin reservas. Cuando un niño realiza una buena acción, hay que elogiarla sin reservas. Muchos padres y maestros saben que las oportunas palabras de elogio son estímulos para fortificar un buen hábito. Por ejemplo, si se quiere fomentar la bondad y la consideración en un hijo, se le debe elogiar que haya dado la comida a un gato, o que haya regado las plantas. Si se quiere estimularlo para hacer sus obligaciones, se debe elogiar el que haya hecho una tarea sin presionarlo para ello. En fin, hay muchas ocasiones para elogiar las actitudes positivas de niños y jóvenes.
Es importante recordar este principio porque tendemos a aprovechar las ocasiones en que los hijos cometen algún error para enseñar principios: “¿Por qué dejas todo tirado en tu cuarto? Eres un(a) niño(a) muy desordenado(a). Debes ser ordenado(a)…” Y aquí continuamos las jaculatorias hasta hacer que nuestro hijo sienta un complejo de culpa. Y no es que el sentirse culpable sea malo. En ocasiones las verdaderas lecciones son evocadas por una saludable sensación de culpa.
Muchos verdaderos encuentros con Dios, por ejemplo, son propiciados por un útil sentimiento de culpa que nos hace acercarnos hasta el Hacedor del universo.
Dios nos pide que nos revistamos de amor para tratar a nuestros semejantes, ¡cuánto más para con nuestros hijos! Una característica del amor es la aceptación de la persona tal cual es, reconociendo sus cualidades y a pesar de sus errores.
(Tomado de El Heraldo Verapacense 103 – octubre 2003)
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Un juez de menores de España, publicó este ya muy conocido decálogo para formar delincuentes.
Decálogo para formar delincuentes
1. Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.
2. No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.
3. Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.
4. No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.
5. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.
6. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.
7. Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
8. Dele todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.
9. Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.
10. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.
(BIBLIOGRAFÍA: Emilio Calatayud, Reflexiones de un juez de menores, Dauro Ediciones, 2007)